(Primera Parte)
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo
Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas,
ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es
quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho
todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra;
y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación;
para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque
ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos
movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho:
Porque linaje suyo somos.
Hechos
17:24-28
Una de
las creencias fundamentales de la fe cristiana, es que existe un único Dios, y
que este único Dios, es el creador de todo cuanto existe (Hechos 17: 24-28;
Romanos 1: 25). Ahora bien, creyendo plenamente en la soberanía creadora de
Dios, deberíamos cuestionarnos con algunas preguntas. Existiendo Dios en sí
mismo de eternidad a eternidad ¿Qué motivó a Dios para crear los cielos y la
tierra? Sabiendo Dios que Satanás y el hombre se iban a rebelar ¿Por qué Dios
los creó y permitió su rebelión? Siendo Dios eterno y teniendo contentamiento
en si mismo ¿Por qué tomarse la molestia de hacer esta creación la cual ha sido
el escenario de la sedición de sus criaturas (ángeles y humanos) y de grandes
manifestaciones de degradación e injusticia? ¿A caso tiene Dios algún vacio
emocional, una carencia de afecto que lo llevo a hacerse de unas creaturas que
le alabaran y le reconocieran?
Esperamos
con la ayuda del Santo Espíritu de Dios, escudriñar las escrituras a fin de
descubrir cuál es su eterno propósito , no con el fin de satisfacer nuestra
curiosidad, si no esperando la Palabra de Dios cumpla su propósito en nosotros
y nos lleve a deleitarnos en él, a reconocerle y darle gracias por revelarnos
sus designios e incluirnos en su propósito, dándonos el lugar y el papel más
honroso dado a cualquiera de todas sus criaturas en esta preciosa y maravillosa
obra, dulce función cuyo director es Dios, quien ha colocado como personaje
Principal a su Hijo Jesucristo, a que ha provisto de una coestrella, la
Iglesia, donde cada uno de sus hijos tenemos un papel protagónico, cuya
actuación guiada y ayudada por el Espíritu Santo, siempre deberá ir dirigida a
darle a Jesucristo todo el protagonismo.
La preexistencia del Hijo
Ubiquémonos
en Juan 1:1-2 “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio
con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido
hecho, fue hecho”. Prestemos especial interés a la expresión “en el principio”, esta expresión nos
coloca en algún momento donde el tiempo no existe, en algún lugar donde no hay
espacio, pero es allí donde el nombre con el cual Dios se llamo así mismo
delante de Moisés en Horeb tiene total sentido “Yo Soy Él que Soy” (Éxodo 3:14).
En hebreo
el verbo הָיה (hāyāh) tiene varios significados, existir, ser, venir a ser,
suceder, venir al pasado, estar
terminado. Esta expresión manifiesta claramente la naturaleza misma de
Dios, Él existe, Él es, Él ha venido a ser, en Él suceden todas las cosas, en
Él todo ya ha pasado y en Él todo ya ha sido terminado “Porque en el
vivimos, y nos movemos, y somos...” (Hechos 17:28). En el libro de
Apocalipsis el Señor Jesús se presenta a sí mismo “Yo soy el Alfa y la
Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir,
el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8). En la persona de Cristo se funden el
eterno Pasado, el corto presente y el imperecedero futuro.
En el principio del que habla Juan, es en aquel
principio donde solo existe Dios, y Dios existe en sí mismo, donde aun nada ha
sido creado, pero donde Jesús el Hijo de Dios, esta con Dios, y es Dios “Jehová
me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras… Con él estaba yo ordenándolo
todo y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él todo el
tiempo” (Proverbios 8:22, 30).
Este principio al que el apóstol se refiere, es
a la existencia eterna e increada del Dios Triuno, es decir el Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, antes de que el cielo el cual es su trono, fuese creado
junto con todos los seres que en el habitan, previamente a que la tierra la
cual es estrado de sus pies y todos los seres que en ella hay fuesen hechos. Antes
de que el hombre fuera tan solo un pensamiento en la mente de Dios, Él ya
existía en sí mismo, y fuera de él nada mas había.
El motivo de la creación
Lejos de todo acto creador de Dios, él Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, existen y coexisten como uno solo, un Dios eterno,
increado, omnipotente, Justo, Prefecto, Santo, inmutable e incorruptible, solo
por mencionar algunos de los innumerables atributos de Dios, pero todos los
atributos que podamos encontrar en el Padre, los encontramos también del Hijo y el Espíritu Santo.
Es muy importante que meditemos en la Existencia
eterna del Hijo con Dios y como Dios, reconocer que los atributos eternos de
Dios, son atributos de Cristo, aceptar y meditar en estas verdades nos llevara
al siguiente punto de la afirmación de evangelio de Juan “Todas las cosas
por él han sido hechas…” Cristo es la razón misma por la cual, todo lo que
ha sido creado, fue hecho. El Padre en 3 ocasiones a oídos de muchos testigos dijo
de Jesús “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia” (Mateo
3:17; Marcos 1:11; Lucas 3:22; Juan 12: 28; 2 Pedro 1:18).
“El es la imagen del Dios invisible, el primogénito
de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en
los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y
para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses
1:15-17). El apóstol Pablo coincide con la afirmación de Juan “por él”, por Cristo existen los cielos
y la tierra, no solo por él, si no para él, toda la creación es el escenario en
el cual el Hijo será levantado, visto y honrado por todos para la gloria del
Padre.
El Padre y el Espíritu Santo aman al Hijo, y han
querido honrarlo de manera especial, como está escrito “Yo publicare el
decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tu; yo te engendre hoy. Pídeme y te
daré como herencia las naciones y como posesión tuya los confines de la tierra…
Honrad al Hijo para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflaman
de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en el confían” (Salmo 2:7, 8, 12).
La sublevación Satánica
¿Existirá una razón adicional por la que el Padre y el Espíritu hayan
decidido honrar a Jesús? Meditemos en los siguientes textos “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de
la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que
decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de
Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados
del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”
(Isaías 14:12-14), “Hijo de hombre,
levanta endechas sobre el rey de Tiro, y dile: Así ha dicho Jehová el Señor: Tú
eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En
Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura;
de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo,
esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados
para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en
el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te
paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado,
hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones
fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios,
y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció
tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu
esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que
miren en ti. Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus
contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de
ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de
todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se
maravillarán sobre ti; espanto serás, y para siempre dejarás de ser” (Ezequiel
28:12-19).
Ambos
textos nos relatan la condición inicial de Satanás, y como su corazón se
ensoberbeció y se levanto en altivez contra el Señor, también nos relata el
juicio que Dios emitió sobre él y las consecuencias de su soberbia.
La humildad un atributo de Dios
Ahora
contrastemos la actitud satánica, frente a la actitud de Cristo “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo
también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre
que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla
de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses
2:5-11).
En
Cristo podemos notar un atributo de Dios del cual poco nos percatamos, este
atributo es su Humildad. Cristo encarna toda la humildad de Dios, y es por su
actitud humillada, desinteresada, entregada al servicio, que el Padre decide exaltarle
hasta lo sumo.
A
sabiendas de que el hombre se iba a revelar contra Dios, pero también amando
profundamente al hombre y no queriendo que ninguno perezca, Cristo vino a
nuestro encuentro. Conociendo que la voluntad de Dios es que el hombre lleve su
imagen, y señoree sobre todas la cosas, pero entendiendo las consecuencias de
la caída de Adán, Jesucristo vino a colocar su vida como propiciación por
nuestros pecados “Por lo cual, entrando
en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda
no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije:
He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro
está escrito de mí” (Hebreos
10:5-7).
En vista de que no había nada que el hombre pudiera
hacer por sí mismo para salvarse de su condición desamparada, y desprotegida, y
mucho menos del justo juicio de Dios, Cristo vino a tomar nuestro lugar, a
presentar su cuerpo, su vida como Holocausto para Dios, pero también como
ofrenda por el pecado, para que por su obediencia, nosotros fuéramos declarados
justos, hijos, posesión de Dios.
“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco
menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del
padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por
todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien
todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria,
perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que
santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se
avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te
alabaré. Y otra vez: Yo
confiaré en él. Y de nuevo: He
aquí, yo y los hijos que Dios me dio. Así que, por cuanto los hijos
participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir
por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al
diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda
la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:9-15).
Es de
acuerdo a la humillación voluntaria de Cristo, en función de hacer la voluntad
del Padre, y en relación al profundo amor que él tiene por el hombre, es que
Jesucristo voluntariamente se humilla, a fin de rescatar al hombre,
justificarlo, proveerlo de nueva vida y recuperar la imagen perdida de Dios en
él.
Él Hijo
se despojo de su posición honrosa en el cielo, humillándose al hacerse como uno
de nosotros, haciéndose pobre, naciendo en un pesebre, esclavo bajo el imperio
romano, nunca busco la alabanza de los hombres, si no que procuro que todos
honraran y glorificaran al Padre en él, padeció la humillación, el rechazo y el
oprobio de los de su nación, llevo nuestros dolores, enfermedades y nuestros
pecado. Por esto y muchas cosas más que nuestra limitada capacidad no nos
permite apreciar, por su humillación y sacrificio, es que el Padre, lo exalto
hasta lo sumo, dándole el más alto y mas excelente nombre que es sobre todo
nombre, para que en ese nombre se doble toda rodilla de los que están el cielo,
en la tierra y debajo de ella, y confiesen que Jesucristo es el Señor para
gloria del Padre.
La profecía de Daniel
El libro
de Daniel, es considerado como la agenda escatológica de Dios para el
cumplimiento de los tiempos y de los acontecimientos históricos que enmarcan el
fin del mundo. Muchos se han detenido en este libro en busca de señales que les
permitan identificar el donde, el cuándo y el cómo acontecerá el final de todas
las cosas. Pero el libro de Daniel es aun más fascinante, es la agenda de Dios,
es una descripción detallada de los acontecimientos que rigen la geopolítica
mundial, pero más allá, es un cuadro preciso donde el propósito de Dios puede
ser claramente observado.
El Sueño de Nabucodonosor, la visión de las
cuatro bestias, el carnero y el macho cabrío, los reyes del norte y del sur
La
integridad y la humillación continua de Daniel (Daniel 10:12), fueron las
características que Dios aprecio como necesarias para considerar a este hombre,
un hombre de entera confianza para revelar sus designios y la manera como el
eterno Creador iba a proceder en función de su propósito.
La
interpretación del sueño de Nabucodonosor (Daniel 2:31-45), coincide precisamente
con la interpretación de la visión de las cuatro bestias que Daniel recibió en
el primer año de Belsasar rey de Babilonia (Daniel 7), la visión del carnero y
del macho cabrío (Daniel 8), y la visión al lado del rio Hidekel (Daniel 10 y
11). Todas estas visiones hacen referencia a la existencia de 4 Reinos que
tendrán dominio sobre la tierra, hasta que llegue el reinado definitivo del
Mesías.
El
primero de ellos era el imperio en el que Daniel inicialmente se encontraba, el
imperio Babilonio (Daniel 2:36-38; 7:17), este imperio fue luego sucedido por
el imperio Medo-Persa (Daniel 2:39; 8:20; 11:2), después se levantara un tercer
imperio, el Griego (Daniel 2:39; 7:17; 8:21; 11:2-4), y cabe notar lo detallada
de la profecía respecto de este imperio encabezado por Alejandro Magno, quien
la profecía de Daniel, ya había previsto que no tendría hijos y que su imperio
seria repartido entre cuatro de sus principales generales.
Después
de este imperio se levantara uno como hierro, como hierro mesclado con barro
cocido (Daniel 2:40-43; 7:23). Este gobierno puede ser entendido como el
imperio que posteriormente sucedió al imperio griego, es decir el imperio
Romano, que fue destructor e implacable, imperio que hasta el día de hoy
subsiste, con alianzas humanas. Al momento de la caída del imperio romano en manos
de los barbaros, este imperio ya había hecho alianzas humanas al formarse el
catolicismo romano, el cual hasta el día de hoy afecta y controla los destinos
de los gobiernos de esta tierra.
He salido para darte sabiduría y
entendimiento
Aunque
estas visiones, y sus interpretaciones son sorprendentes, y dan mucha claridad
en cuanto al destino geopolítico del gobierno mundial, el propósito del libro
Daniel es mucho más profundo, es superior. Este libro revela una visión que
excede las anteriormente mencionadas, una visión que está cargada de sabiduría
y entendimiento.
Daniel
así como el libro de apocalipsis, no puede ser visto bajo la óptica de los
acontecimientos que presidirán el fin, por el contrario, debes ser libros en
los cuales veamos la exaltación, el entonamiento y el gobierno eterno del Hijo.
El libro
de Apocalipsis empieza “Ésta es la
revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1). Apocalipsis es la obra en la
cual Dios nos permite ver a su Hijo Jesucristo siendo exaltado, glorificado, un
libro donde podemos ver hecho realidad el Salmo que dice “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies” (Salmo 110:1). Daniel y Apocalipsis son
los libros en los cuales con más detalle y claridad, vemos la exaltación y
honra del Hijo en la consumación de los tiempos.
La revelación de Jesucristo
En cada
una de las visiones de Daniel respecto de los gobiernos mundiales, había
también una visión más gloriosa, la revelación del Hijo de Dios. Daniel 2:34,
35, 44, 45, nos habla de una piedra no cortada por manos de hombre y esta
piedra destruirá a la imagen; un reino eterno que se levantara en los cielos les
dará fin a todos los gobiernos que existen en la tierra, un gobierno que será
establecido para siempre. Esta roca es Cristo “La piedra que desecharon los edificadores Ha venido a ser cabeza del
ángulo” (Salmo 118:22). “Este Jesús
es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser
cabeza del ángulo” (Hechos 4:11), “y
todos bebieron la misma bebida espiritual porque bebían de la roca espiritual
que los seguía, y la roca era Cristo” (1Corintios 10:4).
El Padre y el Hijo
“Estuve mirando hasta que fueron puestos
tronos, y se sentó un Anciano de
días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana
limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río
de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y
millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros
fueron abiertos… Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del
cielo venía uno como un hijo de hombre que vino hasta el Anciano de días, y le
hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para
que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio
eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel
7:9-10; 13-14).
Gracias
sean dadas a Dios por esta maravillosa visión. Visión en la cual aparece el
Padre como un anciano de días, el Juez de toda la tierra, delante de quien
todos los moradores del universo sirven, pero también aparece uno en las nubes,
con apariencia de Hijo de hombre, Jesús, el Cristo, el Hijo del Dios Viviente,
a quien será entregado todo el dominio, y el reino eternamente y para siempre.
“Y
habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube
que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo,
entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con
vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué
estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al
cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:9-11). Así
como le vieron ir, así mismo le veremos venir, en los cielos en su gloria “Porque como el relámpago que sale del
oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo
del Hombre” (Mateo 24:27).
He venido a ti para darte sabiduría y
entendimiento
En el
capítulo 1 verso 19 del libro de Daniel, se nos dice que Daniel era entendido
en todo sueño y visión, y en el capítulo 6 verso 3 se nos dice que él era
superior, porque había en el, espíritu superior. Ahora fijémonos en el capítulo
9 verso 22, “Y me hizo entender, y hablo
con migo, diciendo: Daniel ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento”.
A Este momento como lo mencionamos anteriormente, Daniel era considerado
entendido en toda visión y sueño al igual que de un espíritu superior, pero
entonces que querrá decir con “¿he salido
para darte sabiduría y entendimiento?”
Existe
una sabiduría, un entendimiento que sobrepasa todo entendimiento, que supera
toda sabiduría, y es la revelación de Jesucristo y del propósito mismo de Dios
en torno a la persona de su Hijo.
La profecía de las setenta semanas
En el
capítulo 9 de Daniel, se encuentra una de las profecías más utilizadas de este
libro, la profecía de las setenta semanas. Esta profecía ha sido usada por
muchos con el fin de estimar un fecha para los acontecimientos del fin, pero
han dejado de lado el acontecimiento más glorioso que esta profecía relata “Ungir
al Santo de los santos” todos los hechos que sucederán durante este
periodo de tiempo, tienen como único fin “Ungir al Santo de los santos”.
“Setenta semanas están determinadas sobre tu
pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al
pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la
visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. Sabe, pues, y entiende,
que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el
Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a
edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y
dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un
príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con
inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra
semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el
sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá
el desolador hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se
derrame sobre el desolador” (Daniel 9:24-26).
A la luz
de las Escrituras podemos definir una semana como siete años, “Cumple la semana de ésta, y se te dará
también la otra, por el servicio que hagas conmigo otros siete años. E hizo
Jacob así, y cumplió la semana de aquélla; y él le dio a Raquel su hija por
mujer” (Génesis 29:27-28). “Y
contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de
las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años” (Levítico
25:8). Si una semana corresponde a 7 años, 70 semanas corresponden a 490 años.
¿Cómo podemos entonces entender esta profecía de las 70 semanas o los 490 años?
En la
profecía de Daniel 9, las 70 semanas están agrupadas de la siguiente manera:
Siete semanas: “ Sabe, pues, y entiende, que desde la salida
de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos
semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos”
(Daniel 9:25). En este texto podemos notar que habrá en primera medida un grupo
de 7 semanas lo que corresponde a 49 años, “Desde
la salida de la orden para restaurar y edificar Jerusalén”.
Este es
el periodo que corresponde a la reconstrucción de Jerusalén desde que Artajerjes
en el año veinte de su reinado (Nehemías 2:1-10), hasta la reconstrucción del
templo en el año sexto del rey Darío (Esdras 6:15), este primer periodo tardo cerca
de 49 año (Juan 2: 20).
Sesenta y dos semanas: “Y después
de las sesenta y dos semanas se
quitará la vida al Mesías” (Daniel 9:25) Es importante notar, que estas
sesenta y dos semanas, acontecen seguida a las primeras siete semanas
mencionadas anteriormente. La suma de ambos periodos da un total de 69 semanas
que equivalen a 483 años. ¿Qué acontecería al paso de estos años? “la
muerte del Mesías Príncipe”. Es decir, desde la salida de la orden para
reedificar Jerusalén hasta que al Cristo se le diera muerte, pasarían 483 años.
Recordemos
que para los días del alumbramiento de María, a Herodes le aparecieron desde
oriente unos magos preguntando por el Rey de los judíos porque ellos habían
visto su estrella.(Mateo 2: 1-12).
Las
tierras orientales, son las antiguas tierras babilonias, tierras donde la
profecía de Daniel había sido revelada. Ahora notemos la claridad que en estos
magos había respecto de quien era el hombre que había de Nacer. Al encontrarse
con Jesús y su familia, le trajeron unos presentes en particular, oro, incienso y mirra. El oro es un presente que se acostumbra dar a los reyes, el
incienso se ofrece a los dioses como forma de adoración y la mirra es un
presente que se da a los muertos.
Estos
hombres cumplen las características mencionadas en 1a Pedro 1: 10-12 “Los profetas que profetizaron de la gracia
destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta
salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo
que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo,
y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí
mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas
por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del
cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”.
En
estos magos de oriente tenían completa claridad de que persona y que tiempo
indicaba el Espíritu de Cristo en los profetas. Motivados en la profecía ellos
van a Jerusalén en busca del Mesías y le llevan oro, porque él es el Rey de
reyes, incienso porque él es Dios hecho hombre y mirra porque se le iba a dar muerte
como el Mesías. Un requisito fundamental para Cristo calificar como Mesías Hijo
de Dios es su muerte, y que glorioso es este libro de Daniel, porque nos habla
de esta característica y también nos dice el tiempo, 483 años se cumplieron
desde que se dio la orden para edificar a Jerusalén hasta la muerte del Mesías
Príncipe.
Y por otra semana: “Y por otra semana confirmará el pacto con
muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después
con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la
consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador”
(Daniel 9:27). Después de las 69 semanas existe un periodo de tiempo que no
podemos determinar cuánto dura, pero si sabemos que este periodo es un
intermedio hasta llegar a la última semana de la profecía.
Romanos
11:25 nos dice “Porque no quiero,
hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a
vosotros mismos: que ha acontecido a
Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los
gentiles” A causa de la iglesia de Cristo, a Israel le ha sobrevenido
endurecimiento en parte, y ese endurecimiento es en relación al Evangelio, para
que se cumpla la profecía de Isaías que dice “De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis. Porque
el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y
han cerrado sus ojos; Para que no vean
con los ojos, Y oigan con los oídos, Y con el corazón entiendan, Y se conviertan, Y yo los sane” (Mateo 13:14-15).
Pero después de este periodo de tiempo, el Señor
confirmara su pacto con muchos como lo menciona le profeta Zacarías “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre
los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a
quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose
por él como quien se aflige por el primogénito”
(Zacarias 12:10). Los ojos del entendimiento les serán alumbrados para que
reconozcan a Jesús como su Mesías y su Rey.
En tanto
el corazón de Israel esta endurecido, el Señor puede ocuparse de los gentiles,
y de la edificación de la Iglesia, de los que por derecho no pertenecen a la
nación de Israel, pero que por causa de la adopción por el Espíritu Santo, son
injertados en el olivo natural (Romanos 11:24; 8:15 y 11:23).
Seis
cosas son las que Dios se ha decidido a hacer durante las 70 semanas, Terminar
la prevaricación, poner fin al pecado, expiar
la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar
la visión y la profecía y Ungir al Santo de los santos. En el siguiente blog con la ayuda del Señor profundizaremos en cada una de ellas
No hay comentarios:
Publicar un comentario